Un día cualquiera, a la hora de comer,
les dije: Má, Pá, la semana que viene me piro de aquí.
Mi padre contestó: me parece muy bien, y a dónde
te vas? Y es que nunca me toma en serio.
A
Barcelona.
Se pusieron a reír. Luego me miraron
en los ojos. Yo me había quedado en silencio. Se hicieron serios.
Eran finales de enero, tenía 23 años.
Estaba recién licenciada, tenía algunos kilos y muchas ilusiones demás y llevaba años
deseando salir de aquella ciudad. El día uno de febrero me fui.
Recuerdo que durante los primeros tres
años de mi vida aquí pasaba casi a diario delante de la Sagrada
Familia. Bajaba Lepanto a toda pastilla en bici, entraba en el Paseo
de Gaudí y de ahí en diagonal hasta la Plaza de la Sagrada. Me
paraba un momento, ponía el pié en el suelo, la miraba de abajo a
arriba. Tomaba un respiro, me llenaba de Maravilla, y seguía con mi bici por Provenza
hasta donde fuera.
A veces me gustaría hacer un reset de
los casi siete años que llevo en esta ciudad, volver a empezar desde
cero, hacer tabula rasa de todo lo que viví para volver otra vez a
conocerlo y experimentarlo todo con la misma pureza de un niño, sin tener
recuerdos buenos y malos que se despiertan a cada rato, cualquier
cosa esté haciendo o esté donde esté. Todo nuevo de nuevo.
Entonces esta noche, al volver en
bicing desde el Gótico, después de despedirme de Judith y los
demás, no tuve ganas de volver enseguida a casa. Subí hasta la
Sagrada Familia y me paré a mirarla, como había hecho todas
aquellas veces durante por lo menos tres años. Intentando mirarla
como si fuera la chica recién llegada de Italia que algún día fui.
Y luego bajé -también a toda pastilla- hasta la playa, por Marina. A lo largo del camino vi: a un magrebí
vomitando por las aceras; a una cuarentona rubia platino en tacón de aguja que andaba agarrada
a un hombre ya que casi no se podía mantener de pié; a tres chicas
jóvenes y lindas que se reían de algo mientras iban vete a saber
donde.
Y de repente sentí ternura y pena.
Ternura y pena hacia el magrebí que se había tomado la noche
demasiado a pecho, hacia la cuarentona rubia platino que extrañaba sin duda sus años de oro, hacia las jovencitas que habían pasado horas
arreglándose antes de salir, con la esperanza de que sus vidas iban a
ser mejores a partir de esa noche.
Sentí pena y ternura hacia mi misma
que me la pasaba pedaleando hasta la playa en un sábado por la
noche, cuando se supone que una persona normal de treinta años y en
salud tendría que estar con una copa en la mano y rodeada de amigos en algún local ruidoso; pena y
ternura hacia las personas que se me habían acercado a lo
largo de mi vida, aquellas que habían llegado tan cerca que
habían terminado por quemarse, tan cerca que habían logrado ver con
sus propios ojos como yo misma me iba quemando poco a poco.
En la playa había movimiento de gente
y se escuchaba el tunz tunz de las discotecas alrededor, tan fuerte
que sentí como si estuviera con ese ruido en los auriculares.
Admití que la idea de bajar a respirar un poco la brisa del mar no
había sido la más acertada. Me quedé unos minutos observando las
olas que rugían potentes, después di media vuelta y subí otra vez
por Marina, dirección casa.
Al pasar por la parada del metro vi a
decenas de personas que bajaban por Almogavers hacia Razzmatazz. Pensé en qué sería lo que estaría haciendo en esos
momentos la gente que andaba por ahí de fiesta.
Pidiendo una cerveza en un bar.
Esperando a los colegas. Haciendo cola para entrar en una discoteca.
Entrándole a alguien. Escribiéndole un whatsapp al potencial ligue.
Ligando. Enamorándose. Peleándose. Dejándose. Tomando un gin
tonic. Pagándole una copa a la tía esta, a ver si cae. Tonteando con el de la barra.
Metiéndose una raya de coca en el baño. Follando en el baño.
Meando en el baño. Llorando por verle a él con otra tía más
guapa. Pintándose los labios. Intentando llamar a alguien que no
contesta. Hablando de cosas sin importancia, que al día siguiente no
recordarían. Hablando con personas sin importancia, que al día
siguiente no recordarían. Tomando otra copa. Metiéndose otra raya.
Entrándole a otra persona.
En cambio, yo estaba volviendo a casa
en bicing, después de ir a mirar la Sagrada Familia y bajar hasta la
playa, en el intento no muy bien logrado de volver a sentirme nueva
en esta ciudad, virgen de experiencias, desnuda de recuerdos.
...
(La crisis de los treinta años me ha
cogido preparada: llevo treinta años en crisis. Hace tiempo ya que
he aprendido a llevarlo.)